martes, 21 de junio de 2011

RESPIRAMOR

     Cada vez que el celador tomaba lista todo el curso se tentaba.
-¡Respiramor, Toribio! –apenas alcanzaba a decir mientras pensaba, “no me tengo que reír, no me tengo que reír, no me tengo que reír…”; y los jijiji contenidos y los resoplidos de risa hacían rechinar el aire. Respiramor contestaba, siempre, porque no faltaba nunca.
-Presente…
Salvo aquella diaria tentación de risa porque sí, porque qué nombre y qué apellido, a quién se le ocurre, el curso era un modelo: respetaba a los profesores, cumplía con el estudio, no se limaban las uñas o leían revistas o jugaban cartas en clase; eran treinta alumnos, dieciséis chicas y catorce varones. Hasta que un día Respiramor faltó a clase.
Los ánimos se fueron calentando desde el módulo de Trigonometría; empezaron a entibiarse las miradas, hubo contactos casuales, susurros e invitaciones impúdicas. En Contabilidad se hablaron al oído; en Geografía se miraron a los ojos y en Historia del Comercio se acariciaron. Cuando el profesor de Literatura entró al curso, en su quinto módulo, trece parejas de adolescentes hacían sus primeras armas sobre los bancos, arriba de los armarios, contra la pared, en el portamapas, bajo las computadoras y en el suelo, entre efluvios primaverales y de los otros. El profesor de Literatura no pudo salvarse de la hoguera porque las alumnas decimoquinta y decimosexta lo atropellaron junto a su escritorio.
Toda el aula era un delirante concierto de besos, gemidos, palabras tontas, susurros y calor de caricias; por las ventanas abiertas entraban el sol, las mariposas y las langostas rechinadoras del jardín del colegio.
Y de pronto llegó Respiramor –tres horas tarde, justificado por velorio de la abuelita- y se paró en la puerta. Cansado de la escalera subida de dos en dos –era muy cumplidor- respiró hondo por el enorme promontorio de su nariz antes de entrar.
El profesor de Literatura compuso su corbata; las alumnas quince y dieciséis volvieron a sus asientos; las chicas bajaron sus faldas; los varones subieron la cremallera de sus pantalones; los anteojos volvieron a las narices, los bolígrafos a las manos y se abrieron las “Antología de la Poesía Española”.
-Federico García Lorca, página treinta y seis –indicó el profesor, con un carraspeo, mientras se ajustaba la corbata.
A nadie se le ocurrió por qué Respiramor se llamaba así.
Ema Gómez
del libro “Apenas una Ojeada”, Córdoba, 1999

1 comentario:

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