miércoles, 6 de julio de 2011

SILENCIO

Un día estaré muerta, blanca como la nieve,
dulce como los sueños en la tarde que llueve.
Un día estaré muerta, fría como la piedra,
quieta como el olvido, triste como la hiedra.
...
Un día habré dormido con un sueño tan largo
que ni tus besos puedan avivar el letargo.
...
Una luz tamizada que bajando del cielo
me pondrá en las pupilas la dulzura de un velo.
Una luz tamizada que ha de cubrirme toda
con su velo impalpable como un velo de boda.
...
Oh, silencio, silencio... esta tarde es la tarde
en que la sangre mía ya no corre ni arde.
...
Oh, silencio, silencio... que el Silencio me toca
y me pega los ojos, y me apaga la boca.
Oh, silencio, silencio... que la calma destilan
mis manos cuyos dedos lentamente se afilan...
Alfonsina Storni

Alma Desnuda

Soy un alma desnuda en estos versos,
alma desnuda que angustiada y sola
va dejando sus pétalos dispersos.
...
Alfonsina Storni

Decálogo (2)

- Lo que dice Borges sobre los sinónimos es verdad: no existen. "Can" no es lo mismo que "perro" ni la palabra "ramera" tiene la misma dignidad que "puta". Pero yo te recomiendo un buen diccionario de sinónimos. Uno quiere escribir: "habló en voz baja". Como eso no le gusta lo reemplaza por "voz queda", que es espantoso. Hojea el diccionario de sinónimos al azar y en cualquier parte encuentra la palabra "pálida". Entonces escribe: "habló con voz pálida", lo que está muy bien.
- Nunca adjetives en orden decreciente, nunca digas: "Era una montaña titánica, enorme, alta." Si no te das cuenta por qué, nadie puede ayudarte. Si adjetivaste en la dirección correcta tampoco te creas un gran estilista. Tal vez buscabas el último adjetivo y te olvidaste de borrar los otros dos.

Decálogo (1)

- Nunca escribas que alguien tomó algo con ambas manos. Basta con escribir las manos y a veces es suficiente una sola.
- La gente en general tiene cara, no rostro.
- No asciende las escaleras, sube por ellas.
- No penetra a las recámaras, entra en los dormitorios.
- Evitarás los ventanales y sobre todo los grandes ventanales.
Dicho sea de paso, las ventanas no son de cristal: son de vidrio.
Lo mismo los vasos.
- No digas que alguien empezó a cantar o a vestirse si no estás dispuesto a que termine de hacerlo.
- En los libros la gente empieza a reírse o a llorar en la página tres y da la impresión de seguir así hasta que se muere.
- Sé ahorrativo: si lo que viene al galope es un jinete, no hace falta el caballo. La inversa no se cumple. La palabra caballo viene misteriosamente sin jinete.

viernes, 24 de junio de 2011

EL PEQUEÑO NIÑO

Una vez, un pequeño niño fue a la escuela.

Era él muy pequeñito

y la escuela muy grande,

pero cuando el pequeño niño

descubrió que podía ir a su clase

con sólo entrar por la puerta del frente

se sintió feliz,

y la escuela no le parecía tan grande, después de todo.

 

Una mañana

estando el pequeño niño en la escuela

su maestra dijo:

- Hoy vamos a hacer un dibujo

"Qué bueno" pensó el pequeño niño,

a él le gustaba mucho dibujar;

él podría hacer muchas cosas:

leones y tigres

gallinas y vacas

trenes y botes;

y sacó su caja de lápices

y comenzó a dibujar.

 

Pero la maestra dijo: - ¡Esperen!,

no es hora de empezar

y ella esperó hasta que todos parecían

estar preparados.

 

- Ahora, dijo la maestra.

- Vamos a dibujar flores.

"Qué bueno" pensó el pequeño niño

"me gusta mucho dibujar flores"

y empezó a dibujar preciosas flores

con sus lápices de colores.

 

Pero la maestra dijo: - ¡Esperen!

- yo les enseñaré cómo

y dibujó una flor roja con un tallo verde

- Aquí está, dijo la maestra,

ahora pueden empezar.

 

El pequeño niño miró la flor de la maestra

y después miró la suya,

a él le gustaba más su flor que la de la maestra

pero no lo dijo

sólo tiró su papel

y dibujó una flor roja con un tallo verde

igual a la de su maestra.

 

Otro día

cuando el pequeño entraba a su clase

la maestra dijo:

- Hoy vamos a hacer algo con barro

"Qué bueno" pensó el pequeño niño

"Me gusta mucho el barro".

 

El podía hacer toda clase de cosas con el barro:

serpientes y elefantes

ratones y muñecos

camiones y carros

y entonces comenzó a estirar su bola de barro.

Pero la maestra dijo: - ¡Esperen!, no es hora de empezar.

Y luego esperó hasta que todos parecían

estar preparados.

 

- Ahora, dijo la maestra.

- Vamos a hacer un plato.

"Qué bueno" pensó el pequeño niño

"me gusta mucho hacer platos"

y empezó a construir platos

de distintas formas y tamaños.

 

Pero la maestra dijo: - ¡Esperen!

- yo les enseñaré cómo

Y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato.

- ¡Aquí tienen!, dijo la maestra,

Ahora ya pueden comenzar.

 

El pequeño niño miró el plato de la maestra

y después miró el suyo.

A él le gustaba más su plato que el de la maestra

pero no lo dijo.

Convirtió su plato de nuevo en una bola de barro y

comenzó a hacer uno profundo como el de la maestra.

 

Y muy pronto el pequeño niño

aprendió a esperar y a mirar,

a hacer cosas iguales a las de la maestra.

Muy pronto dejó de hacer cosas

que surgían de sus propias ideas.

Entonces ocurrió que el pequeño niño y

su familia se mudaron a otra casa, en otra ciudad

y el pequeño niño comenzó a ir a su nueva escuela.

Esta escuela era más grande que la otra escuela,

tenía que subir grandes escaleras

y caminar por un largo pasillo para llegar a su aula.

 

En su primer día de clases

él estaba allí cuando la maestra dijo:

- Hoy vamos a hacer un dibujo

"Qué bueno" pensó el pequeño niño

y esperó que la maestra le dijera qué hacer,

pero la maestra no dijo nada,

sólo caminaba dentro del salón.

Cuando llegó donde el pequeño niño

ella dijo: - ¿No quieres empezar tu dibujo?

"Sí" dijo el pequeño niño, "Qué es lo que vamos a hacer"

- Yo no lo sé hasta que tú lo hagas, dijo la maestra.

¿Cómo lo hago? preguntó el pequeño niño.

- Como tu quieras, contestó la maestra.

"¿Y de cualquier color?" preguntó el pequeño niño

- De cualquier color, dijo la maestra.

- Si todos hacemos el mismo dibujo y

usamos los mismos colores,

Cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo,

dijo la maestra.

"Yo no sé" dijo el pequeño niño

y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.

 

Helen E. Buckley

el Falcon

No hablo de Falcons verdes / Hablo de la Susi tabicada / de César desnudo / pared por medio con el patio del Cabildo / de Cristina y su asma en Campo de la Ribera / (en esa celda con treinta mujeres) /¡Qué me importan los Falcons!/ Lo otro es lo indecible/(contra eso yo no puedo)/ Si ustedes son piadosos / excúsenme de ciertos temas: el verde militar / o mejor / de cualquier auto verde.

Lili Mundani 2/6/2011

CUANDO PARIO LA ZAMBA (*)

       Era un hecho. Estaba preñada. Andrés no había vuelto por la casa de ella desde que se lo dijo. ¡Le daban tanto asco las mujeres así!

-Ej abusión que tengo pa mí: la mujer embarazada ej pior quer muerto di amaliadora: lo pone pujón a uno.

¡Era todo eso! Y era también la imagen gentil de su negra que se deformaba. ¡Cómo se perderían esas caderas y talle en el montón de carne templada!

-¿Pa qué vesla hecha una botija?

Había también… El pensar si fuera suyo el hijo que estaba en la barriga de Lucha.

El negro Manuel –el marido- por su parte lo creía de él. Andrés dudaba.

-Yo monto el anca… ¿Pero cuár la empreñó?

Porque sabía que no era posible que fuese de los dos, como burlonamente decían. Del uno o del otro.

-Si es mío sale amestizado… Si es dér carbón entero… vamo a ver…

 

* * *

La zamba Lucha se vio con Jacinto, el amigo más próximo de Andrés.

Era Jacinto un blanco venido a menos. Antes, en la ciudad, fue alguien. Ahora era vaquero en una hacienda cercana al pueblo. Ahora era "Er colorao"; sobrenombre traído por el pelo, de un rubio llameante.

"El colorao" había dejado el macho romo que montaba amarrado a una argolla del portal.

Al ir entrando se enredó la uña del dedo grande del pie en la herradura clavada en el umbral "pa que dentre la suerte".

-¡Mardita sea! –dijo, y entró.

Entonces entre el olor penetrante de los víveres metidos en las perchas o apilados en sacos entreabiertos –olor de sebo, de cacao, de panamitos y mayorca- la vio.

Estaba al pie del mostrador. Sin zapatos, los polvorosos pies apoyados inquietamente en las tablas del piso. Con una bata colorada, sucia de mugre en las prominencias breves de los pechos y en la gran loma de la barriga.

Jacinto se susurró.

-¡Qué preñadota questá!

La pereza de las largas siestas y las ojeras del mucho vomitar se veían en la cara de la zamba. Y en su pelo casi sin peinar, que parecía escarbado de gallinas.

"El colorao"  venía a llevar arroz a la hacienda donde trabajaba. Ella hacía su comprado. Se saludaron:

-¿Güenas tarde Lucha, comostá? ¿Y mi compadre Manuer?

-Er tá güeno ¿Y usté?

-Así, así; de usté nada le pregunto porque la veo medio embuchadita… ¿De qué jué el empacho?

Lucha se rió y callaron. La miraba. Si el pasado estuviese escrito en la cara de las gentes ¡cómo se correrían los dos! No se decían nada. La pulpera preguntó:

-¿A ver, qué jué?

Una cuartilla di arroz.

Lucha bajando la voz le dijo de pronto:

-¿Qués de su amigo Andrés?

-Ahí está.

Volvió a quedar silenciosa un instante.

-Igamele qué le ha pasao… ¿Qué por qué no va? Que vaya…

-Bueno.

Y fue todo. Ella recogió la hoja de maíz en que le habían despachado su manteca. La unió en la vieja canasta serrana al resto de la compra. Pesada, pipona, salió de la pulpería.

 

* * *

 

El negro Manuel estaba encantado con la preñez de su mujer. Le blanqueaban los ojos de gusto. Y pelaba el coco de los dientes en carcajadas de muchacho.

-Ja, ja, ja… ¡Va ser como er padre un negrazo güen mozo!

Y se miraba el torso áspero de guayacán quemado. Los hombros y los brazos como raíces nudosas, cuero e venao y ponía su mano calluda, que quería ser ligera, encima de la barriga levantada, y le decía:

-¡Negra, quiero que te acuides pa que no me albortes a mijo!

Desde que tuvo los tres meses, Manuel, que antes no dejaba pasar una noche sin caer sobre ella, con ardientes ansias, cesó de molestarla.

Cuando el calor del cuerpo próximo o el roce de sus pechos o de sus nalgas lo enardecía, escapábase afuera. Con pretexto de orinar.

Lucha encontraba a veces –y se reía- manchas pegajosas como el mullullo, en la parte baja de las cañas de la pared. En la cocina.

 

* * *

-¡Ay! ¡Ay! Manuer, andavete tráite a ña Pancha. ¡Ay! yo me muero, yo soy primeriza…

Corrió e hizo correr también a la vieja curandera que sabía hacer parir.

Se cerró la puerta. Fue un rato. En el cuarto casi a oscuras sólo se oía quejarse a la zamba. Y la voz velada del negro Manuel:

-Pare nuestro questás en er cielo…

 

* * *

 

Otro amigo se lo contó esa misma tarde a Andrés. En la chingana de la plaza del pueblo.

Entre chicha  y chicha.

El día bejuqueaba de amarillo las casas de enfrente yéndose. Un chancho roncaba en el polvo, en media calle, como un cantor borracho carraspea limpiando el pecho.

Andrés oyó la historia viendo turbio. Cual si mirara todo tras el cristal ochavado de los vasos.

¡Izque jué la der diablo en esa casa!

-Ajá, cuenta, vos.

-Er negro rezando, creo que hasta hincao. Ella abiesta e patas y la vieja Pancha jalándole ar chico. ¡Cuando Lucha dejó e berriar y la vieja lavó a la ciratura vino la güena! Manuer dice: ¿Pero qués esto? No es negro como er padre esta criatura… Ña Pancha izque le dijo quer cristiano ej mismamente como er ratón y como er zorro, que nace pelao y colorao y más después gurerve a la color natural…

Andrés pensó: es mío. La iré a ver. Conoceré a mi chico. Las chichas le bailaban adentro. Veía adelante muchas cosas. Se sentía padre.

-¿Entonces er chino nués negro? ¿Ej de color montubio? ¿Ej mestizao?

-No. Er muchacho nués negro ni amestizado tampoco. Ej blanco como potrillo talamoco. Y er pelito catiro. Como el único blanco e po aquí amigo e la zamba y catiro eje r colorao Jacinto dér tiene que ser er bendecío chico.

-Ajá… ¿Y qué cara pondría la zamba? ¡Caracho! ¡Eso tiene er ser perra!

El sol se había ido. La ropa de la tarde se rompía en andrajos de claridad.

Soplaba un viento que olía a aguacero. Los platanales que estaban a la entrada del pueblo, curvos ante la racha sonaban. Andrés anchó las narices respirando la lluvia.

Y de allá del monto vino un sonido. Un sonido de punta áspera rallando un vidrio. Largo de un solo aliento de cinco o diez minutos que de pronto avienta las orejas de un empellón en la poza del silencio.

-La cigarra pide agua. Va a llover, va a llover… ¡Y eso tiene er ser perra! ¡Eso tiene er ser perra!

 

1930

Joaquín Gallegos Lara

 

 

 

(*) del libro LOS QUE SE VAN, Cuentos del cholo y del montubio, del año 1930, de Joaquín Gallegos Lara, Enrique Gil Gilbert, Demetrio Aguilera Malta, autores ecuatorianos  integrantes del llamado "Grupo de Guayaquil"…

 

En el prólogo del libro, J. Gallegos Lara escribe:

 

"Porque se va el montubio. Los hombres ya no son los mismos. Ha cambiado el viejo corazón de la raza morena enemiga del blanco.

La victrola en el monte apaga el amorfino. Tal un aguaje largo los arrastra el destino. Los montubios se van p´abajo der barranco."

 

 

LOS ALUMNOS

Si la maestra les pregunta qué quieren ser cuando sean grandes, ellas callan. Y después, hablando bajito, confiesan: ser más blanca, cantar en la tele, dormir hasta el mediodía, casarme con uno que no me pegue, casarme con uno que tenga auto, irme lejos y que nunca me encuentren.

Y ellos dicen: ser más blanco, ser campeón mundial de fútbol, ser el Hombre Araña y caminar por las paredes, asaltar un banco y no trabajar más, comprarme un restorán y comer siempre, irme lejos y que nunca me encuentren.

No viven a gran distancia de la ciudad de Tucumán, pero ni de vista la conocen. Van a la escuela a pie o a caballo, un día sí, dos no, salteado, porque se turnan con los hermanos en el uso del único delantal y el par de zapatillas. Y lo que más preguntan a la maestra es: cuándo viene el almuerzo.

 

Eduardo Galeano

del libro Bocas del Tiempo - 2005

XI

……

       XI

 

Y nunca habrás de estar seguro, ¿sabes?...

Nunca sabrás si el hoy tiene mañana,

y si en alguna tarde, una campana

me ha de llamar, sin que tu frase acabes.

 

En las bahías, anclarán las naves.

Me verás inclinada en la ventana

y yo no seré yo: casi inhumana,

atalayando iré, tras de las aves.

 

Una noche entre noches, ya seguro,

me estrecharás con ademán de dueño

y has de olvidar, por una vez, las olas:

 

yo seré para ti fruto maduro

que sin sospecha entregues al ensueño…

Y al despertar, te encontrarás a solas.

……

Julia Prolutzky Farny

 

de Antología del Amor - 1977

FIESTA

¿Por qué fui a esa fiesta de casamiento, si el compromiso no era tan grande y llovía a cántaros? ¿Por los bocaditos que prometieron? ¿O los postres largamente postergados por mi dieta? Tal vez por el espumante (me dijeron que no podía decir Champagne sin pagar licencia) para brindar desde temprano, sin restricciones.

A lo mejor iba Rita, me había dicho José.

El asunto es que temprano lustré mis zapatos, guardados desde lo de Antonio, colgué mi mejor camisa al vapor de la ducha, y elegí nuevamente la corbata azul, para no recurrir a mi hermano en busca de otra.

Predispuse mis ánimos de la mejor manera posible y tomé solamente agua desde la mañana, para no privarme de nada esa noche.

Me vestí parsimoniosamente, como lo hicimos con mi padre la última vez. Me puse su reloj de oro y me alegré de comprobar que el régimen ya había hecho algún efecto, al menos en la muñeca izquierda. Tenía un paraguas con los colores de Belgrano, pero sería más elegante usar un piloto, gris claro, como el que tenía mi hermano. Se lo pediría, y de paso tal vez me cambiaría la corbata.

Apenas salí a la calle metí el pié en el agua por primera vez. Rogué que durante el trayecto no tuviera que bajarme del auto a soplar ese maldito cable que cada vez que se moja me deja a pata. Y cada vez que se moja está lloviendo, como se dice, copiosamente.

Por supuesto, ocurrió así nuevamente (la probabilidad era alta), y esa vez tuve que meter los dos pies en el agua.

Pero no puedo pensar que tengo mala suerte, porque justo en ese momento pasó Roberto con su mujer, que iban también a la fiesta, y se ofrecieron a llevarme. Aunque se rehusaron a pasar por lo de mi hermano y así me quedé sin piloto y sin paraguas.

Ya en la fiesta me dispuse a dejar mis penas en el olvido y a compartir mi entusiasmo con cuanta persona conocida o por conocer encontrara. Pude comprobar que la gente era muy amable, que la carpa-salón estaba sólidamente armada, y que la bebida era de primera. Al menos las cinco primeras copas (las siguientes no sé).

Los bocaditos llegaron tarde. Y Rita también.

Quise componer mi estado para mostrarle cuánto había cambiado. Pensé en esconderme en el baño por un rato, peinarme bien, y volver para así saludarla correctamente e invitarla a bailar y a charlar. ¡Pero no había tal baño! Sólo una cabina telefónica con la engañosa figura de un hombrecito subtitulada con la leyenda “Baño químico”.

Me dijeron que había unos productos químicos que te hacían pasar cualquier estado de ebriedad en minutos, pero no era de estos. Esto era sólo un “Baño químico”.

Cuando me empujaron adentro me largué a llorar sin saber porqué (después supe que estas casillas tenían efectos lacrimógenos).

Busqué en vano el espejo y me quise sacar el saco para poder moverme, levantar los brazos y tomar aire, pero me resultaba muy difícil en mi estado y encorsetado en la cabina. Con la ropa a medio sacar, el reloj de oro de mi padre, y del padre de mi padre, fue lo primero que cayó adentro del inodoro. Le siguieron el celular y mi billetera. Entonces sí creí saber porqué lloraba. Pero sin desesperación y con movimientos pensados, traté de alcanzar con la punta de los dedos los objetos perdidos en el líquido verde. Y ahí pegué el primer grito. El segundo y el tercero fueron cuando me sacaron entre Roberto y José con destino a esta clínica, de la que voy a salir con la frente bien alta, a reconstruir mi vida, a trabajar nuevamente, aunque sea con una sola mano.

R.N. 24/06/2011

martes, 21 de junio de 2011

RESPIRAMOR

     Cada vez que el celador tomaba lista todo el curso se tentaba.
-¡Respiramor, Toribio! –apenas alcanzaba a decir mientras pensaba, “no me tengo que reír, no me tengo que reír, no me tengo que reír…”; y los jijiji contenidos y los resoplidos de risa hacían rechinar el aire. Respiramor contestaba, siempre, porque no faltaba nunca.
-Presente…
Salvo aquella diaria tentación de risa porque sí, porque qué nombre y qué apellido, a quién se le ocurre, el curso era un modelo: respetaba a los profesores, cumplía con el estudio, no se limaban las uñas o leían revistas o jugaban cartas en clase; eran treinta alumnos, dieciséis chicas y catorce varones. Hasta que un día Respiramor faltó a clase.
Los ánimos se fueron calentando desde el módulo de Trigonometría; empezaron a entibiarse las miradas, hubo contactos casuales, susurros e invitaciones impúdicas. En Contabilidad se hablaron al oído; en Geografía se miraron a los ojos y en Historia del Comercio se acariciaron. Cuando el profesor de Literatura entró al curso, en su quinto módulo, trece parejas de adolescentes hacían sus primeras armas sobre los bancos, arriba de los armarios, contra la pared, en el portamapas, bajo las computadoras y en el suelo, entre efluvios primaverales y de los otros. El profesor de Literatura no pudo salvarse de la hoguera porque las alumnas decimoquinta y decimosexta lo atropellaron junto a su escritorio.
Toda el aula era un delirante concierto de besos, gemidos, palabras tontas, susurros y calor de caricias; por las ventanas abiertas entraban el sol, las mariposas y las langostas rechinadoras del jardín del colegio.
Y de pronto llegó Respiramor –tres horas tarde, justificado por velorio de la abuelita- y se paró en la puerta. Cansado de la escalera subida de dos en dos –era muy cumplidor- respiró hondo por el enorme promontorio de su nariz antes de entrar.
El profesor de Literatura compuso su corbata; las alumnas quince y dieciséis volvieron a sus asientos; las chicas bajaron sus faldas; los varones subieron la cremallera de sus pantalones; los anteojos volvieron a las narices, los bolígrafos a las manos y se abrieron las “Antología de la Poesía Española”.
-Federico García Lorca, página treinta y seis –indicó el profesor, con un carraspeo, mientras se ajustaba la corbata.
A nadie se le ocurrió por qué Respiramor se llamaba así.
Ema Gómez
del libro “Apenas una Ojeada”, Córdoba, 1999

lunes, 13 de junio de 2011

MI NOMBRE

  Odio mi nombre. Sé que mi mamá lo eligió con especial amor y pensó bien con cual otro combinaba; lo hizo mientras caminaba con sus amigas por la orilla del río. Se tiraban una a otra nombres y risas mientras recogían verbenas y zinias: ¡Lidia... Ana... Elisa... Lorena... Sabrina! Pero no acababan de decidirse.
  Ella ya sabía que yo venía mujer porque en el Hospital de Clínicas le habían hecho una ecografía; y me había visto en su vientre, con el dedo en la boca. Y se juró que yo iba a tener de todo, por más pobre que ella fuera; porque de algún modo deseaba resarcirme del hecho de no poder darme papá.
  Y nací como él: de color betún, con mota negra, jeta trompuda y manos de dos colores. Pero lo mismo me bautizó Blanca Lucía.
Ema Gómez
del libro Apenas una Ojeada - Córdoba - 1999